Kirchner tiene un perfil
Quiero compartir con mis amigos bloggers un perfil de nuestro Presidente realizado en el marco del Taller de Escritura Periodística, que tengo el agrado de dictar en "Artilaria, Cultura y Comunicación" hace dos años.
El texto es tan agudo como aquel tábano del diario "Crítica" de Natalio Botana. Brindo por estos artículos salidos de la pluma y la mente de gente joven con ganas de hacer periodismo:
El arte de convertir los defectos en virtudes
por Carolina Neri
Mientras algunos funcionarios públicos logran ocultar sus defectos y mostrarse como próceres frente a la opinión pública con el fin de capturar eventuales votantes, otros, menos afortunados, intentan a cualquier precio construir superficiales encantos, guiados por asesores de imagen que tienen como premisa los indicadores de las encuestas.
Néstor Kirchner inauguró una nueva forma de identidad política hasta hoy poco conocida y que comenzó el 23 de mayo de 2003, el día en que asumió como presidente de la república y que recibió, haciendo piruetas, el bastón presidencial de manos del bonaerense Eduardo Duhalde. La respuesta de los presentes en el Congreso fue la ovación. En cambio, la de los ciudadanos que seguían la transmisión por televisión fue más bien heterogénea: generó risa, desconfianza por la astucia, ilusión y rechazo. Apreciaciones encontradas que todavía se reflejan en cualquier discusión sobre su controvertida figura.
El presidente Kirchner nunca tuvo muchas ventajas personales que lo favorecieran en su carrera. Es algo torpe y desaliñado y sus cualidades físicas tampoco ayudan: una postura encorvada, problemas en un ojo y una mala dicción que obliga al oyente a esforzarse para entender ciertas palabras que declara con énfasis en sus discursos.
Pero de alguna manera siempre logró capitalizar esos defectos en virtudes. Tal como le dicen se asume “un pingüino”, en alusión a la Patagonia donde nació, pero se diferencia de otros políticos porque, según él, “hace y gestiona”. A pesar de las críticas que recibió por su perfil autoritario y personalista durante el período que fue Gobernador de Santa Cruz, existe sobre su mandato cierto consenso en la sociedad, según los datos obtenidos por las encuestadoras Ipsos y Mora y Araujo: asumió en el 2003 sólo con el 22% de los votos en su favor luego de que Menem renunciara al ballotage, después de un año de gobierno su imagen pública era positiva en un 73%, y aún hoy la tendencia se mantiene.
Las tramas de la historia muestran similitudes y es evidente que el inicio de su carrera política electoral tampoco se construyó en base a triunfos. Comenzó una militancia poco visible en el Partido Justicialista en la década del 60, asumió la intendencia de la ciudad de Río Gallegos en 1987 con un escaso margen de votos y así fue escalando hasta convertirse en gobernador de Santa Cruz en 1991.
Heredero fiel del discurso ambiguo del general Perón, Kirchner se posiciona como uno de los mayores críticos del neoliberalismo, pero negocia con sus principales referentes internacionales, dice “crear nuevos puestos de trabajo y reducir la pobreza”, pero mientras los indicadores de superávit fiscal continúan creciendo, no siguen el mismo camino los índices de pobreza y desempleo, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC). Como en los orígenes del partido justicialista, sus seguidores no se declaran de izquierda ni de derecha, sino pertenecientes al movimiento “kirchnerista”.
Pese a todo, durante el tiempo que lleva en el gobierno, se derogaron las leyes de Obediencia Debida (Nº 23.521) y Punto Final (Nº 23. 492) que beneficiaron a los militares responsables de violaciones a los derechos humanos durante la última Dictadura Militar de 1976 y se renovaron cargos de la Corte Suprema de Justicia que respondían a los intereses de Carlos Menem.
Recurso inventado por una posmodernidad que ya no encuentra líderes carismáticos o fruto de la mediatización de la vida política, el Presidente dice mostrarse tal como es. El principal efecto y consecuencia: acumular poder político. Al menos puede decirse que es una estrategia más eficaz que el desafortunado eslogan “dicen que soy aburrido”, del ex presidente Fernando de La Rúa. Un estigma que lo acompañaría hasta diciembre de 2001 en su presurosa salida de la Casa de Gobierno.
El texto es tan agudo como aquel tábano del diario "Crítica" de Natalio Botana. Brindo por estos artículos salidos de la pluma y la mente de gente joven con ganas de hacer periodismo:
El arte de convertir los defectos en virtudes
por Carolina Neri
Mientras algunos funcionarios públicos logran ocultar sus defectos y mostrarse como próceres frente a la opinión pública con el fin de capturar eventuales votantes, otros, menos afortunados, intentan a cualquier precio construir superficiales encantos, guiados por asesores de imagen que tienen como premisa los indicadores de las encuestas.
Néstor Kirchner inauguró una nueva forma de identidad política hasta hoy poco conocida y que comenzó el 23 de mayo de 2003, el día en que asumió como presidente de la república y que recibió, haciendo piruetas, el bastón presidencial de manos del bonaerense Eduardo Duhalde. La respuesta de los presentes en el Congreso fue la ovación. En cambio, la de los ciudadanos que seguían la transmisión por televisión fue más bien heterogénea: generó risa, desconfianza por la astucia, ilusión y rechazo. Apreciaciones encontradas que todavía se reflejan en cualquier discusión sobre su controvertida figura.
El presidente Kirchner nunca tuvo muchas ventajas personales que lo favorecieran en su carrera. Es algo torpe y desaliñado y sus cualidades físicas tampoco ayudan: una postura encorvada, problemas en un ojo y una mala dicción que obliga al oyente a esforzarse para entender ciertas palabras que declara con énfasis en sus discursos.
Pero de alguna manera siempre logró capitalizar esos defectos en virtudes. Tal como le dicen se asume “un pingüino”, en alusión a la Patagonia donde nació, pero se diferencia de otros políticos porque, según él, “hace y gestiona”. A pesar de las críticas que recibió por su perfil autoritario y personalista durante el período que fue Gobernador de Santa Cruz, existe sobre su mandato cierto consenso en la sociedad, según los datos obtenidos por las encuestadoras Ipsos y Mora y Araujo: asumió en el 2003 sólo con el 22% de los votos en su favor luego de que Menem renunciara al ballotage, después de un año de gobierno su imagen pública era positiva en un 73%, y aún hoy la tendencia se mantiene.
Las tramas de la historia muestran similitudes y es evidente que el inicio de su carrera política electoral tampoco se construyó en base a triunfos. Comenzó una militancia poco visible en el Partido Justicialista en la década del 60, asumió la intendencia de la ciudad de Río Gallegos en 1987 con un escaso margen de votos y así fue escalando hasta convertirse en gobernador de Santa Cruz en 1991.
Heredero fiel del discurso ambiguo del general Perón, Kirchner se posiciona como uno de los mayores críticos del neoliberalismo, pero negocia con sus principales referentes internacionales, dice “crear nuevos puestos de trabajo y reducir la pobreza”, pero mientras los indicadores de superávit fiscal continúan creciendo, no siguen el mismo camino los índices de pobreza y desempleo, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC). Como en los orígenes del partido justicialista, sus seguidores no se declaran de izquierda ni de derecha, sino pertenecientes al movimiento “kirchnerista”.
Pese a todo, durante el tiempo que lleva en el gobierno, se derogaron las leyes de Obediencia Debida (Nº 23.521) y Punto Final (Nº 23. 492) que beneficiaron a los militares responsables de violaciones a los derechos humanos durante la última Dictadura Militar de 1976 y se renovaron cargos de la Corte Suprema de Justicia que respondían a los intereses de Carlos Menem.
Recurso inventado por una posmodernidad que ya no encuentra líderes carismáticos o fruto de la mediatización de la vida política, el Presidente dice mostrarse tal como es. El principal efecto y consecuencia: acumular poder político. Al menos puede decirse que es una estrategia más eficaz que el desafortunado eslogan “dicen que soy aburrido”, del ex presidente Fernando de La Rúa. Un estigma que lo acompañaría hasta diciembre de 2001 en su presurosa salida de la Casa de Gobierno.
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